martes, 25 de junio de 2013


Jesucristo, Muerto y Resucitado, viviendo en medio de los creyentes, constituye el momento culminante de la historia humana. La vivencia de este misterio inspiró a los primeros cristianos a vivir la realidad de la Iglesia de manera integral, pues “vivían unidos y tenían todo en común” (Hch 2, 44). “No tenían sino un solo corazón y una sola alma” (Hch 4, 32). La predicación auténtica del Evangelio a las familias, hace posible hoy el encuentro con Cristo Resucitado y la vida en el Espíritu Santo, proyectándose en el amor fraterno que se inspira en la mística del hogar de la Sagrada Familia de Nazareth y en la primitiva Comunidad Cristiana.

El carisma de nuestra Asociación Hermanos Misioneros “Serviam” es un don de Dios para construir un instituto religioso que, viviendo el Espíritu del hogar de Nazareth, sea en el corazón de la Iglesia un signo preclaro y eficaz de Jesucristo que vive en medio de Ella y por su Espíritu atrae a la humanidad para conducirla al Reino de Dios. Se trata de un instituto religioso en formación, que tiene como fin ser apostólico y misionero, integrado por personas que, en espíritu de fe y en auténtica libertad, dedican sus vidas a la evangelización de las familias. 

Nosotros, Hermanos Misioneros “Serviam”, hemos sido llamados a seguir más de cerca a Cristo, bajo la acción del Espíritu Santo, dedicados totalmente a Dios como a nuestro amor supremo (c. 573 §1) éste amor a Dios configura una serie de valores que alimentan nuestro ser y quehacer, como son:

La entrega personal e incondicional a Jesús de Nazareth, Dios encarnado, Redentor del hombre; para conocerlo y amarlo como la Iglesia lo conoce. Lo ama y lo anuncia.

El amor profundo a la Iglesia de Jesucristo, vivido en el corazón como adhesión al Sumo Pontífice y a la jerarquía en sus enseñanzas, y manifestado con el testimonio y la predicación.

 La fidelidad libre y honrada en la práctica de los consejos evangélicos, como centro de la espiritualidad del Evangelio y como espacio para convertirse en seguidores cercanos de Jesucristo.

Un amor filial y sincero a la Asociación, cuya estructura crece y se consolida bajo la mirada de la Iglesia, Madre y Maestra, y cuyo patrimonio es don del Espíritu Santo y parte preciosa de la riquísima y multiforme herencia de la misma. La vivencia de las Constituciones es obediencia al designio salvífico de Dios, es la personal modalidad de vida de sus miembros y la manera concreta de ser cristianos.

Una vida fraterna auténtica y sin fingimientos, siendo responsablemente conscientes de evangelizar más con la vida que con la palabra (Jn 13, 35).

Conciencia permanentemente renovada de ser llamados a vivir de manera radical la consagración, convencidos de que “Ser llamados a la fraternidad es ser llamados a la santidad” apoyados en la radicalidad de la vida religiosa y en las circunstancias que rodean al Instituto las cuales nos impulsa a vivir el “Yo serviré en fraternidad”.

La sencillez evangélica para adaptarse a todas las realidades o circunstancias que salgan al paso, ha de ser cualidad del misionero que tiene espíritu de pobre.

Laboriosidad, tenacidad y desprendimiento, como signo para los pobres a quienes servimos.


Empeño ferviente por vivir el espíritu de la Familia de Nazareth, modelo de vírgenes, inspiración para religiosos y seglares, que se respire el calor de ese hogar bendito en la Asociación Hermanos Misioneros “Serviam”, y en los hogares evangelizados que forman las comunidades cristianas.

La vocación, un don de Dios
Por un misterioso designio de amor, Dios nos ha escogido para sí y nos ha llamado a formar parte de la Asociación Hermanos Misioneros “Serviam”. La Asociación  reconoce nuestra vocación y nos ayuda a desarrollarla. Nosotros, como miembros responsables, ponemos nuestra persona y nuestras cualidades al servicio de la vida y de la misión común. Cada nueva vocación manifiesta que el Señor ama a la Asociación  y la quiere viva para el bien de su Iglesia.

Nosotros, los Hermanos Misioneros “Serviam” somos llamados a la vida religiosa de forma estable para ser consagrados totalmente a Cristo resucitado como a nuestro amor supremo y al Señor de nuestra vida (c. 573 §1). Mediante los votos profesamos los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, y por la caridad a la que estos nos conducen, nos unimos de manera especial a la Iglesia y a su misterio (c. 573 §2). Nos estregamos a Cristo que nos consagra a sí mismo por un título nuevo y peculiar para la edificación de su Iglesia (c. 574 §2) en la tarea específica de la evangelización de las familias.
 
Profesando los consejos evangélicos, Dios nos configura con el mismo Jesucristo en las dimensiones esenciales de su proyecto de vida, pues los consejos fueron sus actitudes vitales y totales por los cuales vivió para los demás. Nosotros revivimos, perpetuamos y representamos sacramentalmente en la Iglesia y para el mundo, el género de vida de Jesús. Queremos que nuestra castidad, pobreza y obediencia sean prolongación de las de Jesús de Nazareth en nuestro tiempo.