Jesucristo, Muerto y Resucitado, viviendo en medio de los creyentes, constituye el momento culminante de la historia humana. La vivencia de este misterio inspiró a los primeros cristianos a vivir la realidad de la Iglesia de manera integral, pues “vivían unidos y tenían todo en común” (Hch 2, 44). “No tenían sino un solo corazón y una sola alma” (Hch 4, 32). La predicación auténtica del Evangelio a las familias, hace posible hoy el encuentro con Cristo Resucitado y la vida en el Espíritu Santo, proyectándose en el amor fraterno que se inspira en la mística del hogar de la Sagrada Familia de Nazareth y en la primitiva Comunidad Cristiana.
El
carisma de nuestra Asociación Hermanos Misioneros “Serviam” es un don de Dios
para construir un instituto religioso que, viviendo el Espíritu del hogar de
Nazareth, sea en el corazón de la Iglesia un signo preclaro y eficaz de
Jesucristo que vive en medio de Ella y por su Espíritu atrae a la humanidad
para conducirla al Reino de Dios. Se trata de un instituto religioso en
formación, que tiene como fin ser apostólico y misionero, integrado por
personas que, en espíritu de fe y en auténtica libertad, dedican sus vidas a la
evangelización de las familias.
Nosotros, Hermanos Misioneros “Serviam”, hemos sido llamados a seguir más de cerca a Cristo, bajo la acción del Espíritu Santo, dedicados totalmente a Dios como a nuestro amor supremo (c. 573 §1) éste amor a Dios configura una serie de valores que alimentan nuestro ser y quehacer, como son:
La entrega personal e incondicional a
Jesús de Nazareth, Dios encarnado, Redentor del hombre; para conocerlo y amarlo
como la Iglesia lo conoce. Lo ama y lo anuncia.
El amor profundo a la Iglesia de
Jesucristo, vivido en el corazón como adhesión al Sumo Pontífice y a la
jerarquía en sus enseñanzas, y manifestado con el testimonio y la predicación.
La fidelidad libre y honrada en la
práctica de los consejos evangélicos, como centro de la espiritualidad del Evangelio
y como espacio para convertirse en seguidores cercanos de Jesucristo.
Un amor filial y sincero a la Asociación,
cuya estructura crece y se consolida bajo la mirada de la Iglesia, Madre y
Maestra, y cuyo patrimonio es don del Espíritu Santo y parte preciosa de la
riquísima y multiforme herencia de la misma. La vivencia de las Constituciones
es obediencia al designio salvífico de Dios, es la personal modalidad de vida
de sus miembros y la manera concreta de ser cristianos.
Una vida fraterna auténtica y sin
fingimientos, siendo responsablemente conscientes de evangelizar más con la
vida que con la palabra (Jn 13, 35).
Conciencia permanentemente renovada de
ser llamados a vivir de manera radical la consagración, convencidos de que “Ser
llamados a la fraternidad es ser llamados a la santidad” apoyados en la
radicalidad de la vida religiosa y en las circunstancias que rodean al
Instituto las cuales nos impulsa a vivir el “Yo serviré en fraternidad”.
La sencillez evangélica para adaptarse a
todas las realidades o circunstancias que salgan al paso, ha de ser cualidad
del misionero que tiene espíritu de pobre.
Laboriosidad, tenacidad y
desprendimiento, como signo para los pobres a quienes servimos.
Empeño ferviente por vivir el espíritu de
la Familia de Nazareth, modelo de vírgenes, inspiración para religiosos y
seglares, que se respire el calor de ese hogar bendito en la Asociación Hermanos
Misioneros “Serviam”, y en los hogares evangelizados que forman las comunidades
cristianas.
La vocación, un don de Dios
Por un misterioso designio de amor, Dios
nos ha escogido para sí y nos ha llamado a formar parte de la Asociación
Hermanos Misioneros “Serviam”. La Asociación reconoce nuestra vocación y nos ayuda a
desarrollarla. Nosotros, como miembros responsables, ponemos nuestra persona y
nuestras cualidades al servicio de la vida y de la misión común. Cada nueva
vocación manifiesta que el Señor ama a la Asociación y la quiere viva para el bien de su Iglesia.
Nosotros, los Hermanos Misioneros
“Serviam” somos llamados a la vida religiosa de forma estable para ser
consagrados totalmente a Cristo resucitado como a nuestro amor supremo y al
Señor de nuestra vida (c. 573 §1). Mediante los votos profesamos los consejos
evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, y por la caridad a la que estos
nos conducen, nos unimos de manera especial a la Iglesia y a su misterio (c.
573 §2). Nos estregamos a Cristo que nos consagra a sí mismo por un título
nuevo y peculiar para la edificación de su Iglesia (c. 574 §2) en la tarea específica
de la evangelización de las familias.
Profesando los consejos evangélicos, Dios
nos configura con el mismo Jesucristo en las dimensiones esenciales de su proyecto de vida, pues los
consejos fueron sus actitudes vitales y totales por los cuales vivió para los
demás. Nosotros revivimos, perpetuamos y representamos sacramentalmente en la
Iglesia y para el mundo, el género de vida de Jesús. Queremos que nuestra
castidad, pobreza y obediencia sean prolongación de las de Jesús de Nazareth en
nuestro tiempo.